lunes, 27 de mayo de 2013

Entrevista a Yolanda Reyes

Yolanda Reyes, maestra y escritora colombiana (Bucaramanga, 1959; foto gentileza Filbita 2012), es también Licenciada en Ciencias de la Educación, con especialización en Literatura. Es fundadora y directora de Espantapájaros Taller, un proyecto cultural que forma lectores desde la primera infancia. Escribió numerosos libros para niños, jóvenes y adultos, entre los que se encuentran Los años terribles (Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2000), El terror de Sexto “B” (Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2003), Pasajera en tránsito (Bogotá, Editorial Alfaguara, 2006), Los agujeros negros (Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2008), Cucú (México, Editorial Océano Travesía, 2010) y Ernestina la gallina (México, Editorial Océano Travesía, 2010). Su libro La casa imaginaria: lectura y literatura en la primera infancia (Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2008) reúne sus investigaciones sobre la promoción de la lectura en niños pequeños. Entre otras actividades se destacan sus columnas en el diario El Tiempo de Bogotá y colaboraciones para revistas especializadas, además del asesoramiento en el diseño de proyectos y lineamientos sobre lectura en primera infancia a instituciones como CERLALC, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), el Ministerio de Educación Nacional y la Secretaría Distrital de Integración Social, entre otras, y la dirección de “Nidos para la Lectura”, una colección de literatura infantil del sello Alfaguara. Yolanda Reyes fue invitada a participar de las actividades del Filbita 2012 (Festival Internacional de Literatura Infantil y Juvenil) y allí, luego de un taller que ofreció en la biblioteca La Nube, tuvimos la oportunidad de encontrarnos. Entre libros e ilustradores que llegaban para pintar las paredes del patio de la biblioteca, conversamos sobre la importancia de la lectura en la primera infancia, el trabajo que desarrolla en su escuela-taller Espantapájaros y su escritura, que intenta iluminar con palabras los agujeros negros que todavía persisten en las historias. —¿Por qué es tan importante promover la lectura en niños pequeños? —Entre los 0 y los 6 años se inicia ese momento de la vida que llamamos primera infancia y ocurren los momentos clave en nuestra relación con el lenguaje. Aprendemos a comunicarnos, en la medida en que alguien nos lee y le otorga sentido a nuestros gritos, a nuestros llantos. Aprendemos a hablar después de mucho tiempo de robar voces, de sentir cómo suenan y cómo cantan. Nos ubicamos en el mundo de lo simbólico y, finalmente, nos acercamos al código escrito. Yo creo que no hay tres momentos más importantes en nuestra relación con el lenguaje que comunicarnos, entrar al lenguaje oral e ingresar a la lengua escrita. Todo esto crea un piso, un nido pleno de significación, entrecruzado de afecto y desvinculado de una actividad que luego se vuelve académica, alfabetizadora. Allí se construyen las bases de la casa imaginaria. —Entonces habría que empezar a leer desde que un bebé nace. —Sí, claro. Creo que lo importante es entender que el lenguaje es parte de la concepción de la psiquis y que tiene estructuras visibles e invisibles. Todo ser humano es desde el comienzo de la vida un sujeto de lenguaje que necesita ser leído, descifrado y envuelto en una red de significaciones. El estímulo emocional y cultural que brinda el lenguaje es muy importante en los primeros años de vida. Se trata de hacer del otro un interlocutor, alguien que se construye a partir del lenguaje. —¿Cómo se trabaja en tu escuela-taller Espantapájaros? —El primer taller que proponemos se llama “Cuentos en pañales”. Es un espacio al que van mamás, papás o cuidadores con bebés desde que se puedan sentar, ya que proponemos el primer encuentro entre bebés, adultos y libros. Comienza con una canasta llena de libros para que cada uno tome el que más le guste. Hay niños que se sientan en las rodillas de una mamá que no es la propia, otros están fascinados porque vino un papá y esa presencia masculina los atrae, están los que miran un cuento, mientras una mamá alimenta a su bebé… todo eso ocurre. Damos un tiempo para hojear, morder, tocar los libros, y también para encontrarse, abrazarse. Luego hacemos una pequeña hora del cuento, que pueden ser canciones, cuentos corporales. Algunas veces esa historia se conecta con otras experiencias artísticas, la música siempre está, pero también podemos jugar, amasar, preparar alguna comida que tenga que ver con un libro. Al final volvemos con el préstamo de libros de la misma canasta y los bebés firman una ficha con un rayón. La idea es suscitar otra —o muchas, en realidad— relación entre padres e hijos a partir de la lectura. Por otro lado, está la escuela inicial desde el año y medio hasta los cuatro años donde, a partir del arte y la literatura, se exploran las conexiones entre los lenguajes. Trabajamos siempre con grupos pequeños. A partir de este trabajo, hemos empezado a construir desde hace unos doce años, una propuesta de acercamiento al arte y a la literatura que ayudó a documentar esos primeros años y a pensar propuestas que sirvan también en otros escenarios más masivos, pero partiendo siempre de la idea de que la práctica pedagógica arranca de los niños, se documenta y resignifica y luego se lleva a otros lugares. —Este primer encuentro entre bebés, adultos y libros tiene que ver con el “triángulo amoroso”. ¿Podrías explicarnos este concepto? —Todas las experiencias de lenguaje en la primera infancia, desde las más rudimentarias hasta las más sofisticadas, implican necesariamente la presencia de un adulto. Un adulto que canta, que abraza, que lee y descifra al otro. Yo digo que la lectura en la primera infancia es un ménage à trois, no puede pensarse sin el acompañamiento de este adulto. Muchas veces, en contextos de pobreza y marginalidad son los niños quienes llevan los libros a los adultos y con esa demanda de lectura empiezan a transformar las relaciones. El triángulo amoroso es esa línea que conecta tres vértices: de un lado, los niños; del otro, los libros; y hay otro vértice que es el mediador. Conectar no sólo significa que ese libro sea tomado por el niño, sino muchas veces tiene que ver con sembrar el deseo que por razones distintas no es evidente o no ha nacido. El papel del mediador es abrir múltiples posibilidades, en las que el libro obra como una especie de pretexto, pero también como una pantalla que refleja, ilumina y resignifica esa relación. —En Espantapájaros hay una sección llamada “Los más mordidos”, aquellos libros que más les han gustado a los chicos y por eso han sido literalmente saboreados. ¿Cuáles son estos libros? —El indiscutiblemente más mordido es Donde viven los monstruos (1) de Maurice Sendak, veinte años de mordiscos ininterrumpidos… Maisy (2) suele estar entre los más mordidos, como así también los libros de la colección Clave de sol, de ediciones Ekaré. Helen Oxenbury sigue siendo una campeona. Últimamente, para mi gran placer, han estado Cucú y Ernestina la gallina. Van cambiando, te puedes asomar al blog, donde aparecen publicados. —¿Cómo fue el proceso de escritura de Los agujeros negros? ¿Por qué el título? —Yo estaba escribiendo una novela para adultos que se llamó Pasajera en tránsito, publicada en Colombia en 2006. En el año 2000 me ofrecieron formar parte de esta colección de los derechos de los niños y yo no sabía qué contar… un poco lo que explico en el prólogo del libro. Pero Los agujeros negros era originalmente una novela para adultos, porque yo había pensado que siempre en las relaciones hay huecos, cosas no dichas. Esta novela era una historia de amor con muchos huecos negros que había que rellenar. Creo que escribir es siempre intentar dar sentido a lo que quedó, a lo que se destejió o no encaja bien. Entonces tomé el título prestado, pensando que luego se me ocurriría algo mejor, pero casi no logro dar con el título de la novela y me arrepentí mucho. Hago esas cosas a veces… Los agujeros negros cuenta la historia de un niño al que le matan a sus padres, y cuya madre en el último instante de su vida decide poner a salvo. Después aparece la pregunta de ese niño a su abuela cuando tiene siete años, queriendo saber qué pasó. Me pareció que era una de tantas historias colombianas en la que se habían destejido pedazos enteros y el trabajo de ese libro es dar luz a esos agujeros negros. Este niño no puede dormir en la oscuridad, debe hacerlo siempre con una luz encendida y se trata entonces de iluminar con palabras esas zonas que son dolorosas. —Releyendo Los años terribles, una novela que me gustó muchísimo, encontré también una referencia a los agujeros negros, cuando una de las primas, Juliana, decide separarse de su novio. “Esas cosas por resolver”, dice, “son como agujeros negros, silencios que se van acumulando y que crean climas extraños”. Me pareció interesante esta idea, presente en Los agujeros negros, de silencios que es necesario nombrar, ponerles palabras, aunque esas palabras duelan. —Yo escribo por eso y te agradezco mucho que me lo hayas revelado porque lo había olvidado en esa novela. En Pasajera en tránsito también está. En esos silencios debería haber algo para nombrar la ausencia, aquello que no dijimos. Muchas veces las infancias están envueltas en un aura de supuestos y de misterios de los que no nos hablaron y crecer es como empezar a rellenar esos agujeros negros. —Es justamente cuando estas tres primas crecen y entran en la adolescencia que empiezan a ver, a nombrar esos vacíos. —Claro, lo no dicho en el lenguaje cotidiano es la materia de la literatura. Creo que es hora de dar palabras, aunque duelan. Los interesados en conocer más sobre el proyecto Espantapájaros Taller pueden dirigirse a: Blog: http://espantapajarostaller.wordpress.com/ Web: www.espantapajaros.com Notas de Imaginaria (1) Sendak, Maurice. Donde viven los monstruos. Ilustraciones del autor. Traducción de Agustín Gervás. Madrid, Editorial Alfaguara, 1977 / Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2007. Colección Especiales Álbum. En nuestro número 222 (19 de diciembre de 2007) publicamos una reseña sobre este libro. (2) Se refiere a los libros que protagoniza la ratita Maisy, personaje de la autora inglesa Lucy Cousins. En Imaginaria Nº 169 (7 de diciembre de 2005) publicamos un artículo recomendando estos libros.

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Literatura Infantil y Juvenil UNaM "Una Literatura de arte Mayor"

Ya lo Decía María Adelia Diaz Ronner "¿de qué trata la literatura para chicos? Pues ¡vamos al grano ya! Trata de muchas cosas que nunca están superpuestas: de las palabras y las multiformas que cada escrito les otorga. Porque la literatura trata del lenguaje de sus resplandores en pugna, si se me permite describir casi poéticamente el oficio de escribir. Aunque suene extravagante, en pocas ocasiones se ubica al lenguaje como el protagonista específico de una obra literaria infantil. ¿Por qué expreso esta hipótesis de lectura? Porque, en general, se plurirramifica el tratamiento de un producto literario para los chicos abordándolo desde disciplinas que distraen del objetivo —y la especificidad, en suma— de todo hecho literario: el trabajo con la lengua que cada escrito formaliza."